tintorerias el oso polar

15 de abril de 2015

Una mancha, una historia

Mancha de grasa de motor


Érase una vez, un buen chico llamado Daniel que como todas las mañanas desde hace 10 años, antes de empezar a trabajar en su taller paseaba a su padre que sufría Alzheimer por el parque.
Desde entonces, Daniel a sus 28 años había asumido con total normalidad y valentía su papel de hijo cuidador. Su día a día era muy normal, demasiado creía él porque nada extraordinario sucedía en su vida. Hasta que un día, vio como de repente una columna de humo ascendía por su ventana. Entre el humo pudo vislumbrar una silueta que se acercaba hacia él. Era Lucía, la nueva maestra sustituta, que llegaba al pueblo para comenzar su sustitución hasta el comienzo de verano. Ella se acercó a Daniel y le preguntó si sabía por qué salía humo de su coche y si se lo podía arreglar para poder llegar al colegio a tiempo. Daniel abrumado por su delicada belleza sólo pudo titubear varios síes y entre tanto nerviosismo pudo atreverse a ofrecerse a llevarla al colegio en su coche para que al salir de trabajar estuviese su coche listo.
Lucía respondió encantada ya que podía llegar a tiempo a su clase y después tendría su coche listo. Así lo hicieron. Durante esa misma mañana Daniel no dejaba de sonreír pensando en ella y en que la volvería ver. Se pasó toda la mañana arreglando su coche para que quedase en perfecto estado y cuidaba hasta el mínimo detalle para no mancharse ni una gota que ensuciase su impecable mono de trabajo. Quería estar perfecto para Lucía. Pero, justo cuando estaba acabando de arreglarlo una mancha de grasa apareció en su camisa. Rápido y elocuente recordó cómo su madre quitaba fácilmente las manchas de grasa de la ropa. Así que, se puso manos a la obra. Secó el exceso de grasa con una servilleta de papel. Después le echó polvos de talco para que absorbiese toda la grasa posible que luego retiró con una servilleta de papel. Tras secarlo, le echó detergente de lavavajillas y empezó a frotar la mancha con un cepillo de dientes tanto por dentro de la camisa como por fuera. Por último, habiéndole quitado casi el 100% de la grasa para quedar más impecable Daniel la echó a la lavadora.
Eran las 2, los niños empezaban a volver del colegio y Daniel nervioso esperaba ansioso la llegada de Lucía. Ella llegó y vio radiantes a los dos: a su coche y a Daniel. Lucía agradecida invitó a Daniel a merendar. Él muy tranquilo, impecable y seguro de sí mismo le dijo que sería un placer recogerla al cerrar su taller.

Tras un encontronazo fortuito, un flechazo platónico para toda la vida. Ante cualquier adversidad de la vida, siempre hay una oportunidad que hay que saber aprovechar.

Por una vida más fácil. Sin manchas, sin preocupaciones. El Oso Polar

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